Ansiedad

Hablar con un especialista puede ayudarte a mejorar

Considero que uno de los factores que suele interferir para lograr una buena salud mental, así como para vencer los trastornos mentales, es la falta de información; esta genera incomodidad y desconcierto, más del que ya existe cuando hay un trastorno, y evita que las personas inicien su tratamiento lo antes posible o tan siquiera sepan dónde buscar ayuda.

El trastorno de ansiedad es muy común en nuestros días y uno de los principales motivos de consulta. Las personas que lo padecen tienen tan poca información, sienten tantas cosas—que nadie les explica a qué se deben— y consideran que es tan raro lo que les sucede, que llegan a creer que se están volviendo locos y acudir al psicólogo sería una confirmación de que esto está ocurriendo. Por lo que, postergan buscar ayuda hasta el último momento o simplemente aprenden a convivir con su trastorno y las consecuencias.  Sin embargo, si nos tomamos un momento y lo pensamos, cuando somos capaces de identificar que las cosas se están saliendo del lugar donde deberían estar, que no caminan bien, eso es síntoma de cordura, no de locura.

Es precisamente por todo lo anterior que cuando una persona ansiosa llega a buscar asistencia psicológica, lo hace en la mayoría de los casos como “último recurso”. Cuando ya recorrió una amplia cantidad de médicos de diversas especialidades, muchos de los pacientes hasta llegaron a emergencias del hospital más cercano convencidos de que estaban a punto de morir, ya sea de un ataque el corazón, un accidente cerebro-vascular o un paro respiratorio, entre otros.

Y es que no es tarea fácil, para ellos, encontrar la relación que existe entre las sensaciones físicas y su psique.  Súmele a esto que cada visita al doctor y cada cantidad de exámenes—en los que se recibe la noticia de que todo está bien, que físicamente no existe ninguna causa para las sensaciones que describen— no suele ser un alivio, sino que por el contrario es una decepción y en vez de tranquilidad genera más miedo. Al recibir buenos resultados surge la idea de “y si no era esto lo que tenía, entonces que más” y usualmente así es como terminan consultando a otro especialista, en busca de una nueva causa.  Hasta que luego de la insistencia de varios de los consultores, sobre la posibilidad de que todo se deba a la ansiedad, deciden ir y buscar tratamiento psicológico, como último recurso.

Antes de continuar, vale la pena aclarar qué es la ansiedad. Para empezar todos la sentimos, es una respuesta adaptativa y está diseñada para que podamos sobrevivir. Es el proceso que se encarga de generar muchísimos cambios en nuestro cuerpo para poder hacer frente, ya sea mediante la huida o el ataque, a factores que nuestro cerebro cataloga como una amenaza.  De esta respuesta se encarga una rama de nuestro sistema nervioso que se llama sistema autónomo, que como su nombre lo dice “hace lo que le da la gana”, y dos divisiones del autónomo que son el simpático y parasimpático, pero tengan en cuenta que estas reacciones son a nivel muy instintivo.  Por ejemplo, cuando estamos en un accidente automovilístico actuamos con más rapidez de la usual, nuestros sentidos se agudizan, tomamos decisiones de manera que parece automática, somos más fuertes y tenemos más resistencia que de costumbre. Esto es producto de que nuestro cerebro determinó que la situación es una emergencia, por ende, el sistema autónomo mandó la orden al simpático, que es nuestro botón de emergencia. Sin embargo, cuando nuestro cerebro determina que el caos o amenaza ya pasó, el sistema parasimpático—que es el que contrarresta todo lo que se activó durante la emergencia— entiende que la situación de alerta ya pasó y es en ese momento cuando nos tiemblan las piernas, nos sentimos mareados y hasta podemos llegar a sentir ganas de orinar.  Así es como funciona la que llamaremos “ansiedad buena”, que es necesaria y nos hace aptos para resolver este tipo de situaciones.

Ahora les explico la otra parte y es qué pasa con una persona que tiene un trastorno de ansiedad—el cual al contrario de la “ansiedad buena”, que nos ayuda a sobrevivir— nos restringe cada día más en diferentes situaciones cotidianas y representa toda una serie de costos emocionales, psicológicos y físicos.  Partamos de la principal diferencia, que consiste en que, para las personas que poseen “ansiedad buena” su mecanismo de emergencia se activa ante situaciones que realmente están sucediendo aquí y ahora. Por ende, se activa la alarma en una circunstancia de emergencia o amenaza, pero una vez atendida la situación se apaga el mecanismo. Es decir, existe un principio y un fin.

Por otro lado, quienes padecen un trastorno de ansiedad no encienden su mecanismo de emergencia por algo que está ocurriendo, sino que el 99.9% del tiempo se enciende por escenarios caóticos que solo están en su cabeza, los cuales son constantemente sustituidos por uno igual o peor al que se habían imaginado. Estos son producto de su imaginación y, por lo tanto, el mecanismo se enciende, pero no sabe cuándo apagarse, ya que una situación imaginaria como esta tiene principio, pero no fin.

Otra de las principales diferencias entre la “ansiedad buena” y el trastorno de ansiedad es la forma en la que se piensa en el futuro.  Cuando se padece el trastorno se piensa constantemente en él, lo que logra que se pierdan constantemente del presente.  No estoy sugiriendo que los demás no pensamos en el mañana, pero la diferencia radica en que las personas ansiosas quieren controlarlo, o necesitan certezas de cómo funcionará ese porvenir que tienen ante ellos. El no tener certidumbres, las cuales nunca existen, o sentir que no lo pueden controlar, lo cual nadie puede hacer, genera un malestar terrible y hace que perciban ambas cosas, la carencia de control y falta de garantías, como una amenaza.

Una de las cosas que más genera confusión sobre la ansiedad es ¿por qué una persona ansiosa cataloga tal o cual situación, que nosotros consideramos carente de importancia, como una amenaza; en vez de limitarse a considerar como amenaza las situaciones que la mayoría calificamos como tales?  Les cuento qué pasa, y es que ninguna de las situaciones que nos rodean, sin importa cuál sea, tiene un significado en sí misma. Somos cada uno de nosotros quienes le asignamos ese significado ¿Que no es así? Les explico con un ejemplo: la sopa de pollo, la cual nos genera bienestar cuando estamos enfermos, no tiene ningún poder curativo; sin embargo, nos hace sentir mejor, porque la hemos aprendido a asociar con los cuidados de alguien, por ello nos reconforta y nos hace sentir a salvo. Gran parte de esta asociación se da de forma inconsciente, esto no pasa solo con lo que consideramos agradable o reconfortante, sucede exactamente el mismo proceso con aquello que consideramos amenaza, con los miedos que cultivamos e incluso con gente que aprendemos a rechazar.

Todo el proceso de calificación ocurre en la parte de nuestro cerebro que es la más evolucionada, que como especie nos ha hecho llegar hasta donde estamos y es la corteza cerebral, que se encarga de analizar, integrar y dar significado a todos los estímulos que provienen de nuestros sentidos. Por este tipo de asociación o aprendizaje, la corteza cerebral de quienes sufren un trastorno de ansiedad empieza a catalogar a muchísimas situaciones como amenazas y desencadena los mecanismos que corresponden para afrontar un peligro, generando una serie de cambios físicos en cuestión de segundos. Precisamente de aquí, es donde derivan los efectos corporales que lleva a quienes padecen de trastorno de ansiedad a la consulta.

Sensaciones como hormigueos en pies, manos o cara; sensación de manos y/o pies helados, que el corazón se les va a salir o que va muy rápido; el cambio en la respiración que se vuelve más agitada o sienten que no logran que el aire “termine de llegar a sus pulmones”, tensión muscular que hace que la voz sea más aguda o que los movimientos sean menos fluidos, más toscos; que la velocidad a la que reaccionan, se mueven, hablan y hasta piensan se incremente; que de repente la luz que los rodea parezca demasiado; dolores de cabeza; de espalda o musculares sin que haya una causa aparente, entre otros síntomas que también pueden variar de una persona a otra.

Muchísimas personas llegan a la clínica creyendo que el tratamiento consiste en disminuir un poco la ansiedad o a enseñarles a vivir con ella. No es así, el tratamiento debe resolver los pensamientos que nos hacen catalogar a tal o cual situación como una amenaza. Al resolver las estructuras mentales, las sensaciones físicas, que precisamente son fruto de ideas de peligro, desaparecen.  Con esto no sugiero que la sintomatología corporal no es importante de atender, ya que en efecto genera muchísimo desgaste en el día a día de quien la padece. Sin embargo, es necesario resolver la forma en la que se está pensando, ya que, si solo se tratan los síntomas de la ansiedad y no las ideas, lo único que se logrará es una pausa o que las sensaciones migren, por ejemplo, de corazón acelerado a dificultades para respirar.

Ahora ya conocen un poco más sobre el porqué de tantos efectos fisiológicos detrás del trastorno de ansiedad, así como las ideas que lo provocan y los mecanismos detrás de los pensamientos. Los invito a que lo tengan en cuenta, ya que quienes sufren dicho trastorno no provocan estos síntomas a propósito, para llamar la atención, para complicarle la vida a alguien y mucho menos por ser dramáticos. Por ende, una de las peores cosas que pueden hacer es pedirle que “deje de sentirse así”, ya que… créanme, si pudieran, si fuera así de sencillo, ellos ya lo hubieran hecho.

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