Las investigaciones muestran que las diferencias construidas socialmente entre mujeres y hombres en roles y responsabilidades, estatus y poder, interactúan junto con las diferencias biológicas entre los sexos. Aumentando las discrepancias en los problemas de salud mental, en el comportamiento de búsqueda de salud de los afectados y en las respuestas que se le dan (OMS, 2002).
Género y salud mental a nivel mundial y nacional
Las tasas de trastornos mentales para hombres y mujeres, en general, son similares. Sin embargo, algunos problemas son más frecuentes en las mujeres. Por ejemplo, las mujeres tienen casi el doble de probabilidades que los hombres de sufrir depresión mayor, que se asocia con problemas como pérdida de productividad, mayor morbilidad por enfermedades médicas, mayor riesgo de autocuidado deficiente o mala adherencia a los regímenes médicos y mayor riesgo de suicidio. La depresión perinatal afecta aproximadamente al 8-11% de las mujeres durante el embarazo y al 6-13% de las madres en el primer año posparto (APA, 2017).
La importancia de las diferencias de género en la salud mental se ilustra más gráficamente en las tasas de depresión mayor que experimentan las mujeres en comparación con los hombres. En un estudio de la OMS (1997) se encontró que las mujeres predominaban sobre los hombres en las tasas de depresión mayor a lo largo de la vida en todos los estudios de población general realizados hasta ese momento. Los doce estudios se llevaron a cabo en una variedad de países, incluidos EE. UU., Puerto Rico, Canadá, Francia, Islandia, Taiwán, Corea, Alemania y Hong Kong.
En el caso de El Salvador, en una investigación realizada por Quintanilla (2012), se encontró que 28.8% de la muestra del estudio presentó síntomas de depresión; de estos, 17.1% fueron mujeres; mientras que 11.7% fueron hombres. Se demostró que existen diferencias estadísticamente significativas entre hombres y mujeres, indicando que estos problemas mentales son más prevalentes en mujeres.
Entre las mayores causas de depresión en las mujeres se encuentra la violencia doméstica, la pérdida de empleo y el trabajo no asalariado. El enfoque de género cobra más importancia en esta crisis. Un estudio de la ONU (2020) realizado en 11 países de Asia y el Pacífico demostró que la pandemia del coronavirus está afectando especialmente a la economía y a la salud mental de las mujeres entre 10 y 24 años. De acuerdo con datos de La Prensa Gráfica (2020) en El Salvador, tras el primer trimestre del 2020 hubo 258 embarazos en niñas de entre 10 a 14 años y 6,581 en el grupo de 15 a 19 años, un claro ejemplo de violencia de género durante la pandemia. Las mujeres que han sido víctimas de abusos físicos o sexuales presentan tasas mayores de enfermedad mental, embarazo no deseado y aborto, tanto espontáneo como inducido, que las que no han sufrido esos abusos (OMS, 2018).
De acuerdo con datos tomados del GHDx (2018), entre el periodo comprendido de 2006 a 2016, la reducción de años de vida saludable de las mujeres (AVAD) en El Salvador ha sido mayor, comparada con la de los hombres. Esto es un gran indicativo de lo urgente que es volver la mirada a la salud mental de las mujeres en el país, pues la reducción de años de vida saludable debido a las enfermedades mentales en las mujeres salvadoreñas durante los últimos 10 años ha tenido un costo promedio anual de 1.03% del PIB, de los cuales la ansiedad y depresión representan más de la mitad de esta pérdida. El género se conceptualiza como una poderosa estructura de la salud mental que interactúa con otros determinantes estructurales como la edad, la estructura familiar, la educación, la ocupación, los ingresos, el apoyo social y con una variedad de determinantes conductuales de la salud mental.
¿Qué es desarrollo? ¿Algunas propuestas de desarrollo?
Ahora bien, es importante hacerse la pregunta de ¿Qué se entiende por desarrollo? Y la respuesta que se obtenga es la que define cómo uno juzga los niveles de desarrollo de diferentes naciones, determina qué factores consideramos como necesarios para el progreso e influencia qué políticas públicas se diseñan para alcanzar los objetivos de desarrollo de una sociedad. Como decía Cypher (2014) “saber qué se entiende, y qué no se entiende, por desarrollo es un paso necesario para comenzar a hacer las preguntas correctas”.
Las teorías económicas del desarrollo se centran, principalmente, en las tasas de crecimiento económico, a través de indicadores como el crecimiento real del PNB o el PIB per cápita a lo largo del tiempo, haciendo abstracción de cómo se distribuye este crecimiento en el ingreso real y otras medidas del bienestar humano no capturadas en ingresos monetarios (Parpart et al., 2000).
Sin embargo, mi propósito no es reducir el tema al hablar estrictamente de desarrollo económico, ni de sesgar su entendimiento de este, sino más bien abordarlo desde un enfoque más amplio, uno centrado en lo que la gente puede o no puede hacer. Uno basado en los derechos y oportunidades que determinan la capacidad de elección. Por ejemplo, si las personas pueden vivir largo tiempo, si pueden elegir participar en las decisiones de la comunidad o si las mujeres pueden gozar de buena salud mental.
Amartya Sen (1999) en su libro “Desarrollo y Libertad” lo llama enfocarse en los derechos de las personas. Esto, en palabras de Sen, importa muchísimo, pero hay que resaltar que su importancia recae sobre todo en los beneficios asociados al mismo. A esta noción quiero también añadirle algunos puntos que rescato de los enfoques feministas del desarrollo, pues es importante estudiar diversas perspectivas y crear nuestro propio entendimiento crítico para minimizar las posibilidades de caer en sesgos.
Los enfoques feministas del desarrollo generalmente se preocupan por garantizar que, independientemente de lo que haga, este sirva para satisfacer las necesidades de las mujeres y promover sus intereses y aspiraciones (Parpart et al., 2000). Las críticas y el activismo feminista han alterado radicalmente el discurso sobre el desarrollo. Ya no es posible abordar los problemas centrándose únicamente en estrategias puramente económicas, sino más bien se requiere mezclar aspectos que determinen la posibilidad de las mujeres de llevar adelante planes de vida que consideren valiosos (PNUD, 2010).
Juntando el enfoque anterior con el de Sen, el desarrollo puede entenderse también como el nivel de libertad que vive cada persona, cada mujer y cómo eso configura sus aspiraciones y decisiones porque serán factores con alto potencial, no solo de marcar sus propias vidas, sino además la de sus hijos y la del resto de su comunidad.
¿Cómo el género y la salud mental pueden ser una vía para el desarrollo?
El estatus quo de los proyectos en salud mental ha sido enfocado en proporcionar tratamientos médicos y en aumentar la institucionalización con hospitales psiquiátricos. En específico, cuando se han abordado los problemas de salud de la mujer en poblaciones emergentes, las actividades han tendido a centrarse en cuestiones relacionadas con la reproducción, como la planificación familiar y la maternidad. Sin embargo, se ha ignorado el contexto social que viven. Es fundamental reconocer cómo los factores socioculturales, económicos, legales, de infraestructura y ambientales que afectan la salud mental de la mujer se configuran en cada país o entorno comunitario. Solo respondiendo a las complejidades y particularidades de la vida de las mujeres, las estrategias de promoción de la salud pueden aspirar a aumentar las oportunidades que las mujeres desean y necesitan para controlar los determinantes de su salud y, además, a generar un verdadero desarrollo en las naciones.
Como se ha evidenciado en párrafos anteriores, la depresión es uno de los mayores trastornos mentales que experimentan las mujeres en la mayoría de los países y, por tanto, es un problema de desarrollo crítico a resolver que ha sido invisibilizado por décadas. El impacto negativo de la depresión incluye niveles más bajos de educación y alfabetización, mayor inseguridad alimentaria y económica, pérdida de productividad, ausentismo laboral y, en específico, peores resultados de salud para las mujeres y sus hijos, perpetuando un ciclo intergeneracional de la pobreza. Entendido como un constructo social, el género debe incluirse como un determinante de la salud por su poder explicativo en relación con las diferencias en los resultados de salud entre hombres y mujeres.
En síntesis, los investigadores, los proveedores de atención médica y los encargados de formular políticas públicas deben prestar atención a las opiniones de las mujeres y al significado que atribuyen a sus experiencias. Sin ellos, la investigación y la evidencia que reúne, la prestación de servicios y la formulación de políticas, se verán obstaculizadas para responder a las prioridades, problemas y necesidades de salud identificados por las mujeres.
Bibliografía
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